La trasgresión desde el jardín de infantes
La niñez se reconoce
como un período de vulnerabilidad
y plasticidad en el desarrollo progresivo hacia la personalidad adulta. Si bien
los trastornos que afectan la niñez y la adolescencia difieren de los trastornos
propios de la edad adulta, muchos de estos pueden identificarse retrospectivamente en alteraciones iniciadas en la infancia y su
abordaje requiere integrar aspectos neurobiológicos, psicológicos, familiares y
sociales. Por esto desde la promoción de la salud importa identificar precozmente y tratar
adecuadamente conductas inapropiadas. Con frecuencia en la escuela se
observan niños con comportamientos negativos: se expresan
agresivamente, hacen escenas de caprichos, rabietas, desobediencia, desafían al
adulto y la norma imposibilitando incluso el
desarrollo de la clase. Cuando
estas conductas son frecuentes, prolongadas en el tiempo y difíciles de
manejar, no obedecen a una situación emocional transitoria sino a un trastorno permanente
conducta. Este se caracteriza por
acciones antisociales que violan los
derechos de los demás y las normas sociales apropiadas para cada grupo etario,
arriesgando a veces la propia integridad
física y la del entorno. Los
comportamientos antisociales en el jardín pueden incluir la irresponsabilidad (jugar
en lugares peligrosos, arrojar objetos contundentes tales como bloques de
madera, sillas, pelotas a los vidrios), el comportamiento transgresor (escaparse
de la sala, hacer lo contrario a lo
pedido, contestar de mal modo, mentir), la violación de los derechos de
los demás (robar, destruir intencionalmente los trabajos de otros), la agresión
física (golpear a pares/docentes deliberadamente o frente a una frustración,
manifestar crueldad con los animales).Estos comportamientos a veces son
concomitantes; sin embargo, puede suceder que se presente uno o varios de ellos
sin los demás. Las causales de un trastorno son multifactoriales. Exámenes
neuropsicológicos demuestran que quienes sufren trastornos parecen tener afectado el lóbulo frontal del
cerebro, lo cual interfiere con su capacidad para planificar, evitar los
riesgos y aprender de sus experiencias negativas. Se considera que el
temperamento tiene una base genética y aquellos con “carácter difícil"
tienen mayor probabilidad de desarrollar trastornos así como los quienes
provienen de hogares carenciados, disfuncionales o desorganizados. Por otro
lado, los problemas sociales y el rechazo de los pares contribuyen a la
delincuencia. Existe también relación entre el bajo nivel socioeconómico y los
trastornos de la conducta. Todos estos factores influyen en la interacción de
quien lo presenta con los otros. No obstante, la falta de límites paternos visualizadas tanto en hogares disfuncionales o
funcionales, carenciados y no carenciados, organizados o desorganizados como en alumnos sin patología neurológica o
psicológica es una de las variables
detectadas frecuentemente por los docentes. Si bien la falta de límites podría
resultar fácil de revertir en
comparación a un trastorno neuropsicológico en ocasiones se dificulta puesto que tratar este tema implica enfrentarse con la familia.
Los límites son fundamentales. Está científicamente comprobado que desde
el nacimiento hasta los tres años se forma la personalidad del niño
y, entre otras cosas, se sientan las bases del aprendizaje de los límites.
Durante los primeros meses se adquieren rutinas en función de la comida, el
sueño o el baño. Siendo estas las primeras normas que conoce el bebé, y
también las que le brindan seguridad y protección. Antes de cumplir un año diferenciará un no
rotundo de un sí claro, por lo tanto dos simples monosílabos pueden comenzar a guiarlo.
A partir del año empezará a medir con
sus conductas hasta qué punto sus padres son o no firmes con las reglas. Es
decir si se mantiene firme ante la
prohibición o relativiza el valor de la
norma al sonreír ante la travesura. Es importante transmitir que ciertos tipos de comportamiento son
del todo inaceptables, aunque el niño no entienda por qué. En esta categoría se encuadran las conductas que hacen
daño a otras personas (pegar, morder, dar puñetazos o empujar) y las
que ponen en peligro su propia integridad (meter los dedos en el enchufe o
soltar la mano para cruzar la calle). En algunos casos la familia es permisiva porque desconoce la
importancia de los límites para el
bienestar del hijo o porque ignora pautas
básicas de crianza. En otros, conocedora del valor de la norma, conciente para
balancear cierta culpabilidad en relación
al escaso tiempo dedicado al hijo. En ambos casos como docentes
es imprescindible actuar, incluso cuando esto implique “enfrentar la dinámica
interna de la familia”. Dentro del aula es elemental mantenerse firme e inflexible ante conductas agresivas o antisociales y encauzarlas
mediante técnicas de modificación de conducta empleando por ejemplo sistemas de
puntos, menciones como “el destacado del
día”, elección del secretario, asignación de tareas especiales y propiciando
acciones reparadoras frente a conductas
inapropiadas. Fuera del aula como agentes multiplicadores promoviendo acciones
conjuntas con el efector de salud tendientes a brindar las herramientas que los padres adolecen para llevar a cabo una
buena crianza.(charlas, congresos, audiovisuales). Es fundamental que los
adultos comprendan que los límites son una demostración de amor, un material
imprescindible de enseñanza-aprendizaje en la relación padres-hijos que requiere tiempo, constancia, claridad y serenidad.
Carolina Nobre
Maestra de Sección
Titular. Escuela 1 D.E: 7 J.I.N “A”