Desde hace más de
un año, la cuestión educativa en la ciudad, ha estado atravesada por la
temática de la evaluación,resultando de esta circunstancia, un notable
incremento de la conflictividad que habitualmente caracteriza a la relación del
colectivo docente con los funcionarios a cargo degestionar las políticas educativas.
Sin embargo la
evaluación, en si misma, no es un elemento ajeno al mundo educativo, como no lo
es tampoco, a ninguno de los ámbitos laborales, académicos, culturales,
etc. Sin duda toda actividad humana
está, voluntaria o involuntariamente, inmersa en procesos evaluativos de
diversa índole.
Históricamente,
hacia fines del ciclo lectivo, los docentes hemos sido evaluados por nuestras
conducciones, siendo estas, a su vez evaluadas por los correspondientes equipos de supervisión, y así sucesivamente,
hasta llegar a la cumbre del sistema, extremadamente piramidal y
jerárquico. Estas evaluaciones de
gestión nunca han despertado tan enconadas críticas y están naturalizadas tal
que, aun cuando en diversas ocasiones han cambiado su formato, nunca se intento
impedir su tramitación.
Cabe preguntarse que es lo que irrita tanto a
los docentes de estas nuevas iniciativas.
Ejes para empezar a pensar en evaluación docente
Si la evaluación
que se realiza sistemáticamente cada año, en conjunto con la conducción de cada
escuela, no ofusca a los docentes, podría ser por su condición de tradicional,
rutinaria y hasta mecanizada (lamentablemente esto último). Pero también porque directores y
vicedirectores son compañeros de ruta del docente, navegantes del mismo barco,
con mayor responsabilidad eso si, pero compañeros al fin.
Qué el Ministerio
de Educación se preocupe por evaluar el funcionamiento del sistema educativo es
lo esperable. Más aun, es deseable y
hasta imprescindible. Sin embargo seria
interesante averiguar en que consiste evaluar el funcionamiento del
sistema, ¿Es evaluar el desempeño, la
formación y eficiencia de cada docente individualmente? ¿Todos esos datos, extraídos de su contexto,
son significativos y relevantes para inferir los agujeros o déficits del
sistema? ¿Es la labor docente, la única
variable que determina el éxito o fracaso del proceso educativo? ¿Es acaso la acción del docente como
individuo, la que determina inequívocamente, que cada niña o niño adquiera los
aprendizajes correspondientes?
Estas iniciativas
evaluativas, así pensadas e instrumentadas, corren el riesgo de partir de la
simplificación de una realidad que se caracteriza por su enorme complejidad,
por la gran cantidad de actores sociales intervinientes y por la particularidad
de cada contexto. Intentar establecer
una tipificación de cada docente, como único elemento determinante de la
calidad educativa, puede conducir a
elaborar instrumentos con grandes limitaciones, carentes de profundidad en el
análisis de la realidad escolar.
Sin embargo esta
cosmovisión del mundo educativo no es, en modo alguno, novedosa ni
original. Tiene su origen allá por los
años noventa, en los que unilateralmente el gobierno nacionalimplementó en
nuestro paìs una de las reformas educativas más resistidas por la sociedad en
su conjunto.
La escuela eficiente de
las épocas de reformas
Los años 90 traen la idea de “progreso”
que en el ámbito educativo estaba relacionado directamente con las
reformas. El espíritu de las mismas fue
la eficiencia y la calidad. Otra
escuela, La antítesis de la “escuela formadora de ciudadanos”. La escuela de los
90 es la escuela eficaz, que se evalúa en términos de productividad, la que
sale a la cancha a competir, a ofrecer “mejor servicio”, cuya filosofía es
la privatista, su lógica empresarial,
donde las leyes que rigen las relaciones sociales son las de la oferta y la
demanda. En este nuevo paradigma ya no es
el Estado el creador del discurso oficial, sino el mercado.
Estos procesos deben pensarse inscriptos
dentro de cambios mayores, instrumentados prolijamente en esa década, y que han
ido fragmentando la sociedad, produciendo la transición de la regulación
estatal del lazo social, a la regulación mercantil. De la escuela “templo del
saber” a la que “escuela eficiente”.
El paradigmade la calidad educativa parte
del supuesto según el cual, el éxito del proceso depende de la capacitación
continua y actualización de cada docente, de su talento personal y capacidad de
gestión. Todo empieza y termina en el
docente.Deja afuera la realidad escolar, el día a día en el cual se lleva
adelante la práctica.
Repensando la evaluación del sistema aquí y ahora
Estas reflexiones sobre los procesos de
los últimos años, de ningún modo son un alegato contra las iniciativas de
evaluación del sistema educativo, sino más bien un intento de señalar la
necesidad de entender la realidad escolar como un complejo entramado de
variables, fundamentales todas ellas, en el resultado de
la experiencia escolar.
La propuesta superadora para empezar a
construir puntos de encuentro, gobierno y comunidad educativa, es reformular la evaluación del sistema, asumiendo esta
responsabilidad entre todos, y habilitándola como camino a pensar la escuela
real, con sus problemáticas particulares, entendiendo que no es el docente el
punto de inflexión entre el éxito y el fracaso del proceso, sino la comunidad
escolar en su conjunto. Los chicos y las
chicas existen y tienen mucho que ver en la experiencia educativa. Cualquier evaluación centrada exclusivamente
en el docente estará pensando solo una parte del asunto.
Prof. Licia Margarita Halfon
BIBLIOGRAFÍA
-PITMAN, Laura: “De la formación a la capacitación. Nuevas formas de modulación de la
subjetividad docente” Clase nº 8. Gestión Educativa. FLACSO.
Buenos Aires. (2007)
-Documento final de la Jornada Institucional “La construcción del
conocimiento sobre capacitación”.
CePA. Buenos Aires. (2007)
-Informe “La política de capacitación docente en la Argentina. La Red
Federal de Formación Docente Continua (1994-1999)”. Lic.
Juan Carlos Serra. Unidad de
Investigaciones Educativas. Ministerio
de Educación. Presidencia de la nación.